ENTREVISTAS

DOCUMENTOS


Los movimientos de mujeres en los años de la década de 1940.

“La oposición revolucionaria en el proceso electoral de 1952-1954 ”
Fragmento de la Tesis para Maestría
Lizbeth Castillo Farjat

Mujeres unidas que exigen.

En pos del sufragio femenino

Durante el periodo armado de la Revolución, las mujeres adquirieron cierta importancia y participación como soldaderas, médicas y cabezas de familias. Aunque, una vez concluido el movimiento, se volvieron a quedar a un lado pues no se les concedió la ciudadanía que desde hacía años estaban solicitando.

Aún así, la lucha feminista no se detuvo, hacia la década de los veinte, las mujeres interesadas en la política se organizaron fundando organismos sin filiación a partidos políticos como el Consejo Feminista Mexicano (CFM) y la Sección Mexicana de la Unión de Mujeres Americanas (UMA). El CFM, fundado por Torres y María del Refugio (Cuca) García, proponía conseguir la emancipación femenina, mientras que la UMA estaba mayoritariamente interesada en el sufragio femenino.

Años después, el discurso oficial se apoyaba en la defensa de las conquistas sociales de la revolución, por lo que el CFM consiguió más apoyo que la UMA y su lucha por el sufragio. Durante el régimen cardenista se alentó la formación de múltiples organizaciones que protegieran al sector proletario y a las clases pobres.

Entre éstas, tuvieron un lugar especial la creación de asociaciones feministas que buscaron mejorar las condiciones de vida de las mujeres, su inserción en la vida política y una mayor igualdad de derechos y oportunidades.

Así, Adelina Zendejas, Concha Michel, Refugio García, Palma Guillén, Soledad Orozco, Otilia Zambrano entre otras reorganizaron el CFM, que se convertiría en el antecedente del Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM), auspiciado por el presidente Lázaro Cárdenas, que nacía en 1935.

“Las mujeres del Frente se movilizaron: organizaron mítines, manifestaciones, conferencias, llegaron a amenazar con quemar Palacio Nacional y también iniciaron una huelga de hambre frente a la casa del presidente Cárdenas”
para forzarlo a presentar la iniciativa de reforma ante el Congreso.

Y así lo hizo. En noviembre de 1937 propuso que fuera reformado el artículo 34 de la Constitución para permitir que fueran considerados ciudadanos mexicanos los hombres y mujeres que tuvieran un modo honesto de vivir y contaran con 21 años si eran solteros y 18 si eran casados.

Pero el gobierno de Cárdenas terminó en 1940 sin lograrse la anhelada reforma. Anna Macías ha demostrado que el sufragio femenino estuvo a punto de concederse en ese sexenio, pero que el temor a que las mujeres apoyaran a candidatos de oposición, fue lo que detuvo la reforma en la década de los treinta.

Tradicionalmente se pensaba que la religión estaba más arraigada en las mujeres y, por tanto, no las hacía confiables para tomar decisiones en política que no estuviesen determinadas por las creencias. Además de que se las veía como propensas a sufrir influencias por parte de los curas.

Manuel Ávila Camacho concilió con la Iglesia Católica y le devolvió su lugar. En ese contexto, las mujeres son vistas como madres, con la obligación de formar a los nuevos ciudadanos, pero sin considerar sus “necesidades como obreras, empleadas o campesinas.”

Las feministas continuaban en su lucha por conseguir los derechos civiles, pero no cuentan con el apoyo de la mayoría de las mujeres que prefieren quedarse a cuidar de la familia. “Eran vistas, sobre todo por el sector de mujeres al que de ninguna manera representan, con menosprecio y burla.”

Aún así, durante el gobierno de Miguel Alemán, continuaron las presiones de las feministas por conseguir un lugar en la política nacional. En enero de 1946 en la Declaración de principios del PRI se decía que “las mujeres tiene exactamente las mismas condiciones que los hombres en el ejercicio de los derechos ciudadanos como una norma de la Revolución mexicana.”
Logrando que se consiguiera el derecho al voto a nivel municipal.

Con esto, dos mujeres ocuparan el cargo de delegadas en el Departamento del Distrito Federal, Aurora Fernández en Milpa Alta y Guadalupe Ramírez en Xochimilco. Hacia 1952 se creó la Alianza de Mujeres de México que fue apoyada por Miguel Alemán y por el entonces candidato, Adolfo Ruiz Cortines.

(…)
Desde 1947 el Partido de Acción Nacional contempló la posibilidad de apoyar a las mujeres para conseguir el derecho al voto. El 3 de octubre, políticos panistas presentaron el proyecto de ley del Registro Nacional Ciudadano, en la que explicaban que todos los ciudadanos debían inscribirse a dicho registro. Siendo ciudadanos todos los mexicanos, hombres y mujeres de veintiún años si eran solteros y dieciocho años si eran casados. Al año siguiente reiteraron su posición al presentar la Ley Electoral de Poderes Federales, pero no consiguieron que se apoyaran las iniciativas.

Empero, el PAN se hallaba dividido; por un lado se pugnaba por contribuir con la lucha feminista, ya que las mujeres mexicanas, que tradicionalmente eran católicas, podían apoyar a los candidatos panistas. Pero por el otro lado, estaba la posición de que la política no era para las mujeres, pues la corrupción y los malos manejos iban en contra de la naturaleza femenina.

Enriqueta Tuñón transcribe una frase de Manuel González Morín, quien sostenía esta segunda postura: “México no necesita que las mujeres tengan voto, México las necesita a ellas como mujeres, no como votantes.” Ambas posturas convivieron, aunque para la campaña presidencial ganó la primera, y el candidato del PAN reconocía el derecho de las mujeres para elegir y ser votadas.


El sufragio femenino desde la perspectiva sinarquista-católica (1945-1958).
Roxana Rodríguez Bravo.
Extracto.

(…) en 1940, durante el proceso electoral para elegir presidente de la República,8 el oposicionista de derecha, Juan Andrew Almazán, prometía otorgar el voto a las mujeres y las alentaba a movilizarse contra el gobierno cardenista.

Según Gabriela Cano, esto derivó en que Almazán y el partido por el cual contendió a la presidencia en 1940, el Partido Revolucionario de Unificación Nacional, contaran con el apoyo de mujeres que habían participado en organizaciones femeninas como la desaparecida Unión de Damas Católicas.

El que las mujeres se inclinaran por un partido de derecha no era un temor infundado y por eso las diversas propuestas para otorgar el voto a las mujeres fueron olvidadas. Además, como afirma Pablo Serrano, durante las décadas de 1930 y 1940 la derecha incrementó su fuerza sociopolítica debido al grado de radicalidad que el quehacer político había adoptado durante el gobierno de Cárdenas.

Los argumentos tradicionales frente al sufragio municipal y universal femenino. Cuando se otorgó el derecho al sufragio femenino, primero en el ámbito municipal en 1945 y el universal en 1953, se recurrió a discursos tradicionales para justificar la participación de las mujeres en los comicios.

Así, en 1946, cuando se aprobó el derecho de las mujeres al sufragio municipal, se consideraba que esto no ponía en riesgo su papel en el hogar, porque se entendía que administrar un municipio era como organizar una casa más grande.

En el mismo tenor, en 1952 el presidente Adolfo Ruiz Cortines, en una asamblea con los priistas en el parque 18 de Marzo, habló acerca de las razones por las cuales las mujeres deberían tener el voto universal: no era por buscar igualdad o un sentido de justicia, sino porque desde su hogar ayudarían a los hombres, resolverían con abnegación, trabajo, fuerza espiritual y moral problemáticas tales como la educación y la asistencia social.

Según Enriqueta Tuñón, las mujeres sólo eran importantes en tanto que alentaban a sus compañeros en el vivir diario y por su papel materno. Su relevancia radicaba en ser madres y esposas abnegadas y morales.

Los discursos y argumentos de las sufragistas
En lo que se refiere a las sufragistas anglosajonas, como menciona Jocelyn Olcott, algunas esgrimieron argumentos liberales y constitucionalistas, mientras que otras prefirieron usar tácticas revolucionarias y de movilización de las masas. Se puede decir que los discursos de las mujeres involucradas en las luchas por obtener el sufragio se aglutinan en dos posturas: el de quienes tenían una ideología revolucionaria y el de las que tenían una ideología conservadora.

Sin embargo, esto será matizado por las características de cada organización e incluso de cada sufragista. Del mismo modo, en algunos momentos estas mujeres usaron discursos emanados de ambas posturas, por contradictorio que parezca.

Por ejemplo, Enriqueta Tuñón subraya que en 1946, durante el mitin del candidato a la presidencia Miguel Alemán en que éste ofreció el sufragio municipal a las mujeres, todas las oradoras, tanto del partido oficial como de otras organizaciones, recurrieron a la idea de los valores superiores de las mujeres mexicanas y su espíritu de sacrificio y abnegación. Utilizaron esta ideología como una herramienta para hacer sentir a la sociedad que estaba en deuda con ellas por no haberles otorgado el derecho al voto.

Enriqueta Tuñón también agrega que la misma Esther Chapa, líder del Partido Comunista, se adhirió a este discurso mencionando que la mujer estaba preparada para todo, porque dentro de la economía del hogar era ella la que distribuía el salario del marido y llevaba la política de unidad de la familia y del respeto de todos sus integrantes.

Después de este breve recorrido por los discursos de los distintos actores sociales involucrados en el sufragio femenino desde 1917 hasta 1953 en México, se plantea la posibilidad de hablar de un discurso de género dominante que basaba la participación política de las mujeres en un “deber ser” femenino tradicional.

Éste se caracterizaba por considerar a la mujer como elemento principal de la unidad familiar. Las mujeres solamente debían comprometerse con las labores propias del hogar, la crianza de los hijos y el apoyo al marido.

En este sentido, su participación política debía estar vinculada estrechamente con los intereses del hogar y la familia. Si bien esta ideología y esos discursos fueron los dominantes, tuvieron variaciones y matices según las distintas organizaciones de mujeres, los distintos partidos políticos y según el contexto político y económico del periodo.

Las mujeres de la Unión Nacional Sinarquista frente al sufragio femenino. Las mujeres sinarquistas sostenían la postura conservadora que fincaba el derecho al voto de las mujeres en su naturaleza honesta y moral. Sin embargo, debido a la historia y el contexto en que la organización se desarrolló, estos discursos y acciones tomaron características propias. ¿Qué era la UNS? ¿Quiénes fueron las mujeres sinarquistas? ¿Cuál era su perspectiva en torno al sufragio femenino y la participación política de las mujeres? Ésas son las preguntas que guiarán este texto.

La UNS fue un movimiento de derecha radical15 que surgió en 1937 como reacción a la Revolución Mexicana y a los gobiernos emanados de ella. Tuvo sus orígenes en la Guerra Cristera y sus consecuencias.

Los sinarquistas se oponían abiertamente al cardenismo, al comunismo y a la política económica, educativa y agraria de la postrevolución. Los sinarquistas buscaban modificar el contexto histórico, el sistema postrevolucionario y el orden político establecido para retornar a un pasado glorioso, católico y tradicionalista.

El Bajío mexicano y regiones aledañas —territorios de Guanajuato, Jalisco, Aguascalientes y Michoacán— fueron la zona donde el sinarquismo tuvo mayor número de militantes y más influencia.

Como es de imaginarse, en lo que se refiere al género —entendido como la construcción cultural de la diferencia sexual que varía de cultura a cultura y de un tiempo a otro—, los sinarquistas tenían una concepción apegada a las normas de la Iglesia que destinaba a las mujeres al espacio privado, a la procreación, el cuidado del hogar y de los hijos y a seguir fielmente todos los preceptos religiosos.

Sin embargo, como se señaló en párrafos anteriores, se trata de una postura compartida por distintas organizaciones sufragistas y gobernantes, aunque con sus matices peculiares.

La única ocasión en que los sinarquistas permitían la injerencia de las mujeres en el espacio público, asignado a los hombres, era cuando éstos no podían participar en la lucha para lograr sus objetivos. Las mujeres sinarquistas también debían contar con un acendrado espíritu de sacrificio y estar siempre dispuestas al martirio en aras del ideal sinarquista.

A pesar de que se definía el espacio privado como el propio de las mujeres, las sinarquistas tuvieron una importante actividad dentro de la organización. Realizaban todo tipo de labores domésticas, desde lavar y zurcir la ropa de los jefes y militantes, confeccionar uniformes para las tropas, cocinar y hacer grandes cantidades de tortillas para los militantes que asistían a las concentraciones, asistir y curar a los caídos en los conflictos armados, cuidar a los enfermos, impartir la doctrina a los niños, entre otros trabajos y ocupaciones tradicionalmente adjudicados al sexo femenino.

Sin embargo, el hecho de pertenecer a un movimiento social de corte religioso les sirvió a muchas de estas mujeres para salir del espacio privado e incursionar en el ámbito público y político del país y sus comunidades.

Mujeres sinarquistas en el Partido Fuerza Popular y el sufragio femenino municipal. La participación política más destacada de las mujeres sinarquistas se empezó a gestar en 1945 cuando la UNS se dividió en dos facciones, debido a factores internos y externos, relacionados con el contexto político nacional e internacional.

Una de estas ramas carecía de interés por involucrarse en la política, en tanto que la otra formó el Partido Fuerza Popular en 1946.

También en 1945 se constituyó la sección femenina de la UNS, encabezada por Ofelia Ramírez Sánchez, sinarquista oriunda de Guanajuato y que se unió al movimiento desde sus inicios en 1937. Ofelia Ramírez fue la mujer sinarquista que más presencia pública y política logró, y llegó a ser diputada federal por el Partido Demócrata Mexicano en la década de 1980.

Asimismo, en 1945 se dio otra coyuntura importante cuando el precandidato a la presidencia de la República por el partido oficial, el PRI, Miguel Alemán Valdés, promovió una reforma constitucional que reconocía los derechos políticos de las mujeres, pero sólo en la esfera municipal.

Esta disposición se basaba en la idea de que “para los puestos de dirección popular en el municipio libre, la mujer tiene un sitio que le está esperando, porque la organización municipal es la que tiene contacto con los intereses de la familia y la que debe más atención a las necesidades del hogar y de la infancia”.

En este sentido, como apunta Gabriela Cano, la ciudadanía de las mujeres en este documento propuesto por Alemán era entendida como una prolongación en la esfera pública de su papel como madre y responsable del hogar. Esta reforma fue aprobada en febrero de 1947, a dos meses de comenzado el periodo presidencial de Alemán.

La iniciativa de otorgar el sufragio femenino sólo en el ámbito municipal delineaba una postura nacional que tocaba a varios partidos políticos, organizaciones y sectores de la sociedad.

María Teresa Fernández Aceves, hablando de las campañas electorales de 1946 y 1952 y del sufragio femenino municipal en Jalisco, menciona que de acuerdo con la prensa tapatía de la época, la mayoría de los actores sociales involucrados en el asunto del sufragio femenino tenían una postura tradicional que no quería romper con el sistema de poder masculino y que seguía predominando la idea de que las mujeres eran un elemento fuertemente conservador que apoyaría a los partidos políticos y candidatos no afiliados al partido oficial.

Opiniones sinarquistas frente al sufragio femenino.
Esta visión tradicional del tema del sufragio femenino del gobierno federal también fue compartida por los sinarquistas y dirigentes del partido Fuerza Popular.

Los líderes sinarquistas, a través de FP, estuvieron de acuerdo en que las mujeres votaran y fueran votadas en sus municipios. Más que un afán de reivindicación de la mujer, los sinarquistas se dieron cuenta de la gran fuerza electoral que representaban.

También puede ser que basaran esta iniciativa en la creencia de que las mujeres votarían por los partidos de derecha, como el suyo. A principios de 1947, el licenciado Juan Ignacio Padilla, importante miembro de la dirigencia sinarquista, mencionaba que “al otorgar derechos políticos a las mexicanas estamos seguros de que la mujer de México sabrá demostrar que su virtud no es fruto solamente de una experiencia dentro de los muros del hogar, sino que es fruto de su profunda formación cristiana y de su sólida consistencia moral; y que la urgencia de su participación en las graves luchas del momento, al lado de los hombres, impelen reclamar su presencia en el campo político, lejos de pretender encaminarlas a la placidez de las labores puramente domésticas”.

Los sinarquistas ponían el acento en que las mujeres del movimiento no debían descuidar las labores del hogar y otras actividades propias de las mujeres. La moralidad y espíritu católico eran lo que ayudaría a las mujeres a tener un buen papel dentro de la política electoral. El mismo Juan Ignacio Padilla agregaba al respecto:

“Que venga la mujer en buena hora a defender la nobleza arma del civismo, sus derechos y los derechos de los suyos. Que vengan las santas a limpiar y enaltecer nuestros hechos políticos. Que vengan a avergonzar con su feminidad y con su virtud a las marimachas que brotan del lado que combatimos”.

Esta metáfora de la limpieza vinculada con el trabajo de las mujeres en la política fue bastante recurrente en los discursos sinarquistas. Sin embargo, estas ideas no fueron privativas de la UNS y se inscriben en las construcciones de género alrededor de la participación política de las mujeres.

Por ejemplo, durante la década de 1930 el Frente Único Pro Derechos de la Mujer publicó un panfleto redactado por la líder comunista Esther Chapa donde se decía que la mujer debería tener el voto debido a su presencia en los lugares de trabajo, las universidades y por estar en contra de la guerra, del imperialismo y del fascismo. Sin embargo, Chapa también agregaba que las mujeres eran por naturaleza más legítimas que los hombres y que darían a la política un conocimiento apropiado de las leyes y con ello se evitarían los vicios electorales.

Las mujeres vendrían a sanear la política, a los malos políticos y defenderían sobre todas las cosas el hogar. Para la UNS, las mujeres sinarquistas-católicas serían las que tendrían un papel ejemplar en la política electoral, debido a su apego a la religión y los valores cristianos.

Existen varios testimonios de las propias mujeres sinarquistas que apoyaban fervientemente la participación de las mujeres en la política electoral municipal tras las reformas de 1947.

Para las sinarquistas, el municipio se convertía en el escenario perfecto para las acciones políticas de las mujeres, ya que éste era considerado un conjunto de familias asentadas dentro de unos límites y donde las relaciones humanas se multiplicaban formando vínculos mayores.28 En este sentido, las familias eran pequeñas unidades formadas por el hombre, la mujer y los hijos, y de acuerdo con las sinarquistas, de la familia dependía la vida de la nación.

Y al ser la mujer “la reina del hogar, es la que tiene una responsabilidad para la felicidad de los municipios y los Estados, porque ella es la cuida- dora de la familia, la forjadora de la unidad, de la armonía, es el reino de la mujer”.

En un artículo publicado en la revista Mujer, órgano de difusión de las sinarquistas,30 se mencionaba lo siguiente: “No puedes ni debes tener una actitud indiferente.

Antes nuestras madres y nuestras abuelas creían que la mujer que tomaba parte en los asuntos políticos cometía un error, pues no solamente era ignorante, sino que abandonaba su hogar, descuidaba a su marido y a sus hijos, y se volvía pedante y tal vez hasta feminista.

Pero los hechos demuestran que no hay tal. Que tú puedes y debes ocuparte de tus gentes y los hechos que gobiernan tu país, porque te concierne en lo que amas, en tus hijos, y porque tienes esa responsabilidad”.

Las sinarquistas empezaron a pronunciarse a favor del sufragio femenino en México desde una postura conservadora que cimentaba su actuar político en valores tradicionales atribuidos a las mujeres. Lo anterior no era muy diferente a lo que otras organizaciones femeninas y partidos políticos sostenían, pero las sinarquistas quedaban constreñidas a la ideología de la UNS y a las disposiciones de los líderes varones.

En abril de 1947, las sinarquistas publicaron en Mujer: “Cuando la mujer deposite en las urnas electorales su voto, será la expresión de sus íntimos anhelos. Y lo estará haciendo finalmente por la paz de México. Su voto es de incalculable valor para bien de México. Ella ha formado corazones. Ella ha forjado voluntades. Ella ha enseñado a sus hijos a ser hombres. Su voto cobijará de amor a la República mexicana”.

Empero, las sinarquistas pensaban que fungiendo como excelentes madres y esposas y con una formación adecuada, las mujeres podrían alcanzar espacios importantes dentro de la vida política nacional.

Pero si no se reunían estos requisitos era mejor retirarse de las luchas políticas. Así, para 1947, año en que se dio el derecho al voto a las mujeres en elecciones municipales en México, se les advertía que “en lo que sí debemos tener mucho cuidado es en no conseguir un puesto y un derecho que no puedas conservar.

Y mejor no conservarlo si no estás preparada para ocuparlo y desempeñarlo brillantemente”. Pero también se decía que contando con una buena instrucción, la mujer estaría en capacidad de ocupar cualquier puesto político: “Y así como antaño sólo podía aspirar a la oficina particular, al empleo oscuro de la burocracia de tercer o cuarto lugar, puede ambicionar a los puestos más elevados, las oportunidades más brillantes y el medio más eficaz para influir en el bienestar de su país.”

Todo esto era visto por las mujeres sinarquistas como una señal incuestionable de que los tiempos habían cambiado; al respecto se decía que “Ahora la vida moderna se entrega a la mujer para que en forma sistemática aporte su colaboración.

Ya no sólo son las cargas del trabajo y de la lucha que pesan sobre el sexo femenino; tiene ahora nuevos derechos que lo mismo abarcan el justo salario que el voto femenino, que la seguridad del hogar y la protección de los hijos”.

La participación política de las mujeres y su derecho al sufragio también fueron vistos por las sinarquistas como un cambio generacional: “Seguro que nuestros padres jamás se imaginaron ver a las mujeres de su tiempo escalar con soltura y arrojo una tribuna y escucharles algún discurso sobre la cosa pública de nuestro país; jamás imaginaron tenerlas junto a ellos en un curul o ir a reclamarles justicia en alguna judicatura para problemas que nunca se hubieran atrevido a exponer ante oídos femeninos.

No lo hubieran creído los hombres de principios de este siglo que a unos cuantos años tendrían como contrincante para los puestos de elección a la mujer que habían considerado siempre como inepta para esas actividades”.

El 15 de febrero de 1947, Mujer publicó un artículo, firmado por Cámara, con el título “¿Qué opina usted del voto femenino?”, donde se expresaban opiniones acerca de la reforma que otorgó el derecho a las mujeres de votar y ser votadas en los procesos municipales.

La nota se basó en una encuesta a mujeres de distintas profesiones y oficios que dieron respuesta a la pregunta que tituló el artículo. La primera entrevistada era una taquígrafa que opinaba: “ya era tiempo que nos concedieran el voto. [...] Como toda mujer que ama a México, espero cumplir con mis deberes cívicos”.

La segunda era una humilde mujer que habitaba “allá en el Desierto de los Leones, en una de esas cabañas de madera en donde parece que la inquietud política no debe de haber llegado”.

Se supone que la mujer vaciló al cuestionamiento, ya que no recibió educación, sin embargo, creyó que debido a ser una persona de edad estaba en capacidad de contestar. La respuesta que otorgó fue la siguiente: “Si eso del voto es obligación, ¿pos cuándo la mujer se echa pa’ tras en lo tocante a sus obligaciones? Que Dios ayude y que sea lo que sea”.

Sobre las mujeres con poca o nula instrucción la encuesta preguntó a una trabajadora social de nombre Andrea M. Esta mujer opinó: “Nunca ambicioné el voto para la mujer, pero hay que vivir en su época. Antes que todo creo que se debe educar a la mujer para que comprenda su obligación como votante. De la falta de formación cívica México está sufriendo. Yo iré a votar”.

Los párrafos siguientes se dedicaron a una empleada de gobierno quien dijo lo siguiente: “Me alegra que nos hayan dado el voto. [...] La mujer no tiene ambiciones políticas, pero sí tiene la ambición de un país decente. Hay que votar, y votar por quien comprenda nuestras necesidades”.

Un ama de casa con cinco hijos, esposa de un empleado particular, opinó que “la unión hace la fuerza, y si todas las mujeres de México van a votar como deben, algo hemos de hacer, la mujer es la que sabe mover bien la escoba. A barrer se ha dicho a los políticos logreros”.

La penúltima opinión era la de una estudiante, Ofelia G., oriunda de Chihuahua, que respecto del voto femenino señalaba: “Ya era tiempo. La mujer ha demostrado, aquí y en otros países que puede actuar con serenidad y rectitud. Quizá en México a pesar de todo se tenga que luchar en contra de muchos prejuicios masculinos, tremendamente egoístas, contra prejuicios femeninos que no comprenden la obligación que tenemos de acudir a las urnas.

Pero lucharemos y haremos porque la mujer mexicana demuestre en su actuación que es merecedora del voto. Tengo fe en la mujer mexicana”.

La encuesta finalizaba con los comentarios de un viejo político revolucionario que decía: “He aplaudido de todo corazón el que la mujer tenga voto. Mi admiración por la mujer no es romántica. En mi larga lucha política he visto el valor de la mujer en el trabajo. Admiro el valer y el valor de la mujer mexicana. México está de plácemes porque sus mujeres valen”.

Del artículo de referencia se desprenden las siguientes concepciones de las sinarquistas acerca del sufragio femenino en el ámbito municipal: el voto era una obligación para las mujeres, así como un deber cívico; sin embargo, este ejercicio requería de educación para poder hacerlo correctamente. Desde esta perspectiva, con el sufragio la mujer cumpliría cabalmente su obligación, ya que las mujeres no deberían tener ambiciones políticas más que velar por un país decente, como dijo la empleada de gobierno.

También se mencionó que con la unión de todas las mujeres y el ejercicio del sufragio, seguramente bajo el marco de las normas sinarquistas, se podría “barrer a los políticos logreros”, tal y como afirmó el ama de casa.

En la opinión de una estudiante se denunciaron los “prejuicios masculinos tremendamente egoístas”, y los “prejuicios femeninos que no comprenden nuestra obligación de ir a las urnas”. Sin embargo, se sugería que la mujer luchara contra dichas ideas para demostrar que las mujeres eran merecedoras del voto.

Para dar mayor credibilidad a la encuesta se dio voz a un político revolucionario que estaba de acuerdo con el sufragio femenino. El asunto del voto femenino fue una preocupación constante de las sinarquistas, ya que en casi todos los números de la revista Mujer, desde 1947 hasta 1949, se dedicaron artículos completos a abordar este tema.

Texto completo en:

http://www.publicaciones.cucsh.udg.mx/pperiod/Lhistoricas/pdfs/vol8/entramados6.pdf

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